En mayo de 2019 cumpliré tres años viviendo en la capital de los ecuatorianos. Soy de Tulcán, pero me mudé a Quito para empezar una nueva etapa en mi vida llamada la universidad. Mis tíos, Santiago y Alicia, me abrieron las puertas de su hogar ubicado en en el norte de la ciudad. La experiencia que estoy por contar es algo que hasta el día de hoy no logramos descifrar si ocurrió por un error de cálculo, o más bien fue un atentado.
| La mañana de un 28 de junio de 2017 transcurría con absoluta naturalidad. En ese entonces, yo cursaba segundo semestre y mi horario en la universidad era vespertino. Sin embargo, acostumbro a levantarme a primera hora para ayudar a mi tío a hacer el desayuno y servirnos el aperitivo antes de que él y su esposa salgan a sus respectivos trabajos. Eran las 7:30 am y el desayuno estaba listo, por lo que Santiago, Alicia y yo nos sentamos en la mesa para servírnoslo. Cuando terminamos, ellos salieron a toda velocidad de casa y se fueron. Eran las 8:02 am, yo estaba en mi cuarto vistiéndome después de un delicioso baño. De pronto, un fuerte sonido en la sala me asustó. Fue algo parecido a como si una copa o un vaso de cristal hubiese caído, así que fui a ver. Cuando puse mi mirada en la ventana de la sala, pude ver un gran agujero en una de sus esquinas, por lo que me acerqué y encontré restos de vidrios rotos en el entablado. Seguí buscando y junto a la mesa del comedor encontré algo que parecía un tornillo, el cual por cierto estaba muy caliente. Confundido, decidí llamar a Santiago y contarle todo. Le dije: – Hola Santiago, acabo de escuchar un ruido en la sala y me encontré unos cristales rotos y un tornillo en el suelo, además de un agujero en la ventana-. Él solo supo responder: -Envíame una foto de los cristales, el tornillo y el agujero en la ventana-. Le hice caso y mandé fotos de toda la escena. Pasaron algunos minutos y me contestó: -Andrés eso no es un tornillo, es un proyectil-. Invadido por el pánico, no supe que hacer más que llamar al dueño del edificio, don Alfonso Cahueña, al que todos llamamos Don Alfoncito, y le conté todo lo que sucedió. Don Alfoncito quedó impactado, pero al parecer sabía mucho sobre armas, y me dio las especificaciones de la bala, a las cuales ni presté atención. Llamamos a la policía. Mientras llegaban yo no podía dejar de pensar, ¿Por qué alguien dispararía a esta casa? ¿Acaso alguien quiere hacernos daño? Cuando llegó la policía, analizaron la trayectoria de la bala. Ésta había impactado en la pared junto a mi puesto en la mesa del comedor. Le dije a la autoridad que esa era mi silla y me sentaba ahí a desayunar todas las mañanas. Él me contestó: – Joven, si hoy desayunaba treinta minutos tarde, no vivía para contarlo-. Aún no lo podía creer. Dispararon a mi casa y nadie más que yo se percató. Dispararon a mi casa en un lugar repleto de seguridad. Dispararon a mi casa y en medio de toda esa preocupación todavía tenía que asistir a clases en la tarde. |
Finalmente, nunca supimos a ciencia cierta de donde vino la bala. Surgieron varias teorías de las cuales ninguna fue comprobada. Teorías como que fue una bala perdida ya que detrás de la urbanización hay un colegio y un campo de tiro, que a lo mejor fue un disparo erróneo de un militar que vive cerca de nuestra casa, o que alguien disparó a la ventana con el fin de hacernos daño o como advertencia de que algo malo estaba por ocurrir. Sin embargo, ha pasado ya más de un año desde aquel día y enhorabuena todos en la familia seguimos con vida y no ha ocurrido ningún hecho similar desde entonces.