«El amor de la abuela»

Una familia compuesta por tres personas, que está alejada de la ciudad y que vive en un pueblo llamado Sigchos. Situaciones que pasa una pareja de avanzada edad y que han adoptado la agricultura y ganadería como su forma de trabajo para sobrevivir.

Comienzan a cantar los gallos, para Doña Hermelinda Timbila eso significa que ya es hora de empezar sus actividades diarias. Son las 5:00 de mañana, el cielo aún está oscuro, toda la madrugada pasó lloviendo por lo que el pasto está mojado y resbaloso, además el paisaje de Canjaló se percibe nublado. Este lugar está ubicado en la provincia de Cotopaxi, cantón Sigchos, a cuatro horas y media de Quito.

Doña Hermelinda, de 75 años de edad, se levanta de su cama y junto a ella se encuentra su esposo Don Segundo Lutuala, de 76 años, un matrimonio de poco más de 55 años, tiempo de casamiento que hoy en día se ve muy extraño y que se encuentran muy escasos.

Lo primero que realiza Doña Hermelinda es preparar su agua de “viejas”, como ella mismo lo dice. Esta agua la realiza para poder tomar la lista de medicamentos que debe ingerir para su artritis, epilepsia y su osteoporosis.

Junto a la cama de la pareja de ancianos está el cuarto improvisado de Ángelo, su nieto de 14 años. Su madre Lidia murió hace 12 años a causa de cáncer al estómago.

Don Segundo es el primero que se alista para salir a trabajar en el campo. Lo que usualmente haría toda persona es tomar el desayuno, pero él no. Se levanta de su cama, se pone la ropa más abrigada que tiene, se coloca sus botas, se dirige al baño para enjuagarse la cara, toma las hebillas y va a la parte trasera de su casa para desatar a la mula “Chúcara” que le sirve como medio de transporte para ir a Chucchilán, donde hace negocios con su mercadería de granos y animales, ese es el sustento que tiene esta familia para vivir.

Mientras tanto en la casa de paredes de bloque y techo de paja, y metal. Ya marcan las 6:00 de la mañana y Doña Hermelinda prepara el desayuno para su nieto, este desayuno consiste en pan, un huevo de campo y un agua con panela. Siempre trata de darle lo mejor a su nieto, al cual ve como un hijo.

Después de haber dado el desayuno a su nieto, le da su pasaje para que se pueda ir a la escuela en Sigchos. Ella lo mira, lo acaricia en la cabeza, le da un fuerte abrazo y lo santigua. El niño un poco más reservado decide alejarse rápidamente y marcharse.

Comienzan a marcar las 7:00 y Doña Hermelinda se alista para hacer los quehaceres de su casa. Se cambia sus zapatos de caucho, por las botas largas, camina hacia la ladera en donde están los borregos que tiene que mudar para que puedan comer hierba nueva. Ella sube la cuesta lentamente, y con mucho cuidado, pues a su edad cualquier caída puede ser grave.

Después de terminar aquella actividad, ahora se dirige hacia el lugar donde están las vacas para poder ordeñarlas. Primero amarra sus patas traseras para que no le den una patada, luego se agacha, frota las ubres de la vaca y comienza a sacar la leche poco a poco.

Veo que es un trabajo muy difícil y complicado para una mujer  de su edad. Para mí son acciones que se me complicarían mucho, pero para ella son actividades que se le han hecho más fácil por la práctica que tiene. Aun así miro  que en ciertos momentos hace muecas de dolor, por lo que decido preguntarle que si le sucede algo.

  • Me duelen mis rodillas, los médicos me dicen que no puedo estar mucho tiempo en el frío y que tengo que evitar el agua lo más posible, si no hago eso lo único que queda es que mi enfermedad va a seguir avanzando y no me voy a reponer. Pero dígame, si no hago no hay nadie más que lo haga.

Al medio día llega Zoila Ayala para acompañar a Doña Hermelinda. Ella es viuda y tiene 55 años, hay días en los que le gusta visitar a la señora, pues dice que le tiene un gran cariño. Me comenta que un día encontró a Doña Hermelinda desmayada por lo que siempre está al pendiente  de ella por si necesita o le pasa algo.

A las 15:00 de la tarde llega Mauricio Oña, es el médico de la zona. Una vez al mes viene a visitar a  los ancianos de la localidad, esto gracias  a un plan desarrollado por el presidente de la comunidad Alberto Sánchez, pues la mayoría de habitantes de la comuna – por no decir todos- ya son personas de la tercera edad y necesitan de atención médica constante.

Ya es tarde,  Zoila y el médico deciden marcharse a sus respectivas viviendas para estar listos para el día siguiente.

La luz se desvanece poco a poco y Doña Hermelinda debe ir asegurar las vacas y los borregos para que no se escapen. Justo en ese momento llega su nieto Ángelo y Don Segundo para ayudarla, así la tarea será más fácil.

En la noche meriendan un pan y agua con panela. Ángelo hace sus deberes, dice que quiere prepararse para poder ayudar a sus abuelitos y que le gustaría enseñarles a leer y escribir, pues los ancianos son analfabetos, como muchas  personas de comunidades cercanas de las que se olvida el Gobierno, que en esos lugares también existen habitantes.

Es hora de descansar y lo único que espera esta pareja de ancianos es poder seguir cuidando a sus animales y sus pequeñas plantaciones. Además desean ver a su nieto cumpliendo sus metas, tener la tranquilidad de que hicieron bien su papel al criarlo y haber dado el mejor ejemplo de la responsabilidad que implican las labores diarias. Ellos dicen que el trabajo dignifica a la personas y es el valor que le quieren dejar a su nieto.

Autor: Paul Sangotuña

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